Poco le gustaba al mago el tener que hacer trámites burocráticos y menos si tienen que ver con duendes. Desconfiaba de aquellas criaturas, no sabía muy bien por qué, pero cada vez que tenía delante uno de esos seres le su mal humor aumentaba, más de lo normal. Algún día entendería porque sucedía aquello.

-Necesito que sea la bóveda más segura que tengan, no escatimes en gastos- mascullaba mientras caminaba junto al duende encargado de acompañarle a su nueva bóveda de seguridad. –Me lo puedo permitir- concluyó.

Después de bajar varios niveles del banco mágico, hasta donde se encontraban las bóvedas trasteras de más seguridad, Tazz llegó a la suya. Las grandes y gruesas puertas de acero templado, cubierto de una fina capa de oro que resaltaba los detalles de un mosaico sobre serpientes. El duende delante de la entada profirió todo tipo de encantamientos para abrir la cámara, encantamientos que incluso el mago no había escuchado hacía mucho tiempo. Magia de duendes, una de las muchas razones por las que Tazz les odiaba.

- ¡Excelente! - masculló mientras entraba en su bóveda.

Era grande, tal y como la había pedido el Malfoy. El techo era alto y con varias lámparas de techo en forma de dragones y demás criaturas mágicas, las lámparas recorrían toda la extensión de la cámara. A los lados se encontraban las estanterías en donde se encontraban las fichas y certificaciones de los objetos y pociones. Al fondo se encontraba un armario de madera de sauce boxeador, hecho a mano, regalo de algún familiar del cual no recordaba el nombre. En el interior del armario se encontraban guardado los libros de hechizo que el Malfoy ha adquirido.

-Eso es todo gracias- dijo Tazz si más. –Más o vale que guardéis muy bien mis objetos u os la veréis conmigo- aclaró mientras abandonaba la bóveda.

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