Bóveda Trastero

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La yema de sus dedos apenas rozaron el emblema de su familia que los duendes de Gringotts habían tallado sobre el grueso hierro de la entrada a la bóveda. Recorrió la hendidura con su índice, percibiendo la profundidad con la que se había hecho ese trabajo de puntillosa perfección, como era digno de ella. El polvillo, que solía acumularse en las más recónditas cavernas del banco debido a la falta de movimiento, se impregnó en la tela del fino guante blanco que cubría sus delgadas manos. Separó su mano de la fría superficie de la puerta y atinó a tomar la llave que permitía entrar en la bóveda de su propiedad.

Una sonrisa arrogante se dibujó en su rostro. Recordó como el legado de su familia, alguna vez propietaria de una prospera banca en Italia, se había impregnado en su propia sabiduría sobre el manejo esas entidades encargadas de los movimientos del dinero de los magos y brujas del mundo. El banco Médici, con su beta muggle y mágica, había desaparecido en algún punto de la historia durante el siglo XV, pero las historias perduraron inmutables en las generaciones de su familia como legítima razón de orgullo. La bruja era avezada en lo referido a préstamos, transferencias, movimientos, donaciones y seguridad de propiedades de particulares.

Colocó la llave dorada, con su número de Bóveda Trastero, en su sitio y la giró solo una vez, retrocediendo un paso simultáneamente. El estruendo de la estructura mecánica interrumpió la tranquilidad que hasta el momento había experimentado en el nivel inferior. Primero la pesada puerta se elevó unos centímetros del suelo, quedando a la altura de sus tobillos, y segundos después al acomodarse los últimos engranajes terminó de ascender. El umbral quedó completamente libre, dando paso hacia el interior de la sala. Su pálido rostro quedó cubierto por la luminiscencia dorada del interior, enalteciendo el brillo de sus ojos azules.

La bóveda no era amplia como se esperaría de Lucrezia y estaba ordenada de forma minimalista a su pedido. Los variados objetos propiedad de la aristócrata italiana estaban apilados contra las paredes del recinto, dejando un gran espacio en el centro para la libre maniobra de su propietaria y los encargados de administrarla. El mobiliario seguía un patrón de colores blancos y el material con el que estaban construidos variaba, del mármol para sostener con cuidada firmeza los frascos de sus pociones más exclusivas pasando por estantes de madera pintada para los objetos de menor importancia y estructuras de cristal para proteger aquellos que irradiaban algún tipo de magia oscura.

El espacio estaba, sin embargo, pensado para brindar cierta comodidad durante el tiempo que la dama estuviera allí. Había pedido que se instalaran dos sillones y, dado su femenino encanto al momento de hacer tal observación, los duendes no habían escatimado esfuerzos: éstos se hallaban al fondo, eran negros, sobrios y de estilo renacentista. Dado su aspecto antiguo parecían caros. También notó que el lugar contaba con una iluminación correcta, con velas sostenidas sobre soportes de oro adheridos a lo largo de las cuatro paredes. Contabilizó seis en total, colocadas estratégicamente para no dejar ni un sitio sin su correspondiente luz.

Lucrezia dio una mirada más detallada al lugar. Solo destacaba un objeto particular en el centro: Bajo un imponente candelabro de techo con velas cuyo perpetuo fuego negro aportaba oscuridad y sobre un pequeño pilar de mármol descansaba, recostada sobre un almohadón rojo con detalles en hilo dorado, la Piedra de la Desesperación que había adquirido en una subasta mucho tiempo atrás. Una poderosa magia invocada en el cojín protegía aquella reliquia, prendiéndose en llamas bajo la mano del obstinado intruso que atinara a tomarla. Paralelamente la Piedra era imposible de alterar mediante magia.

Bastó solo una recorrida por la bóveda trastero para que la bruja sintiera esa satisfacción y placer que le provocaba estar rodeada de sus pertenencias heredadas. Aquel era un lugar perfecto para guardarlas; era un pensamiento que se repetía con seguridad mientras caminaba con soltura alrededor del pilar central. Se tomó unos momentos para ojear los títulos en el lomo de los libros italianos y ordenarlos alfabéticamente en la repisa que los guardaba. Con una expresión ambiciosa iluminando su rostro se dirigió lentamente hacía la salida, tratando de retrasar lo más posible su despedida del lugar. Apenas puso un pie fuera de la bóveda la puerta se cerró violentamente, activando los mecanismos de alta seguridad típicos de Gringotts.

- El dinero para conseguir el poder, y el poder para guardar el dinero.- sentenció finalmente Lucrezia, antes de emprender su regreso.

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