Era una fanática de lo antiguo, no por nada había decidido acondicionar su bóveda trastero con toques de esas épocas. Enormes y gruesas murallas soportaban el pecho del oscuro techo, aquel que estaba repleto de grabados griegos y egipcios, semejantes a las runas antiguas que ella conservaba dentro del departamento de misterios. No era un secreto a voces su fanatismo por las artes oscuras y lo que estas solían esconder entre ese mundo de hechizos y conjuros que solían obsequiar a los que se atrevían a estudiarlas a detalle.

Cerca de la entrada de su bóveda estaban postrados dos enormes dragones colacuerno húngaro, extendiendo sus aas de cuando en cuando para evitar la intromisión de algún intruso o curioso que deseará descubrir que era lo que tan celosamente guardaba la vampira en ese lugar tan suyo. Ante los ojos de todos, solo había frasquitos de pociones o libros de hechizos que solía coleccionar desde hace tiempo, acompañados por una que otra criatura recientemente adquirida dentro del Mall. Allá por el lado izquierdo de esa lujosa estancia relucía imponente su manzana dorada de la discordia, aquella que peleo como fiera boca arriba en una subasta.

Si que era una mujer codiciosa, no por nada junto a su preciada frita estaba una esfera de los lamentos eternos, otro pequeño artilugio que pudo capturar gracias a su astucia. Detrás de ese par de juguetitos estaba una cortina negra como el ala de un cuervo, protegiendo celosamente su Juego de Gobstones y sus naipes explosivos, si que tenía todo un arsenal listo para usarlo cuando se le ocurriera desatar a nueva guerra mágica dentro de Londres. Apilados en una esquina un tumulto de tomos de artes rúnicas y magia diversa, pastas duras que a pesar del tiempo mantenían la blancura intacta de las hojas que conservaban la sabiduría plasmada en letras perfectamente redactadas con una caligráfica pulcra y elegante.

Detrás de una puerta de acero reforzado estaban cada una de sus criaturas, saltando por donde se le antojaba iba y venía su Crup. Aquel perrito de dos colas que era la adoración de la rubia, moviendo ambas para llamar la atención de su dueña, jugueteaban sus ositos mediadores con sus pequeñas manitas y desafiante elevaba sus patas su Aethonan, sí que tenía todo un zoo a su disposición, desde felinos hasta un par de osos que vagamente recordaba haber comprado en una subasta de San Valentín.

Enfilando sus pasos de forma correcta uno podía toparse con una decoración de tonalidades azules y negras, resaltando un escudo de armas compuesto por una máscara que estaba rota tras ser atravesada por una flecha y abrazada por la cabeza de un águila real. Le agradaba el toque maquiavélico en esa parte de su bóveda, acostumbrándose a mirarlo de cuando en cuando, ya que no solía visitarla muy a menudo y solo acudía a esta cuando se le antojaba guardar dentro su nueva adquisición o caprichito adquirido dentro del Mall Mágico.