Gringotts, siempre Gringotts.

Cillian sabía que tenía que hacer un parada en el banco mágico pero no quería hacerlo, siempre que tenía alguna tarea que realizar que necesitara un más de dinero del que podía cargar consigo tenía que acudir a aquel lugar. Pero en aquella ocasión era diferente, el banco se había reformado en los últimos meses y ya no sólo guardaría en el su dinero si no también sus objetos más preciados.

Suspiró.

Últimamente se había vuelto un poco más flojo, meses atrás no hubiera pensado tanto en detenerse un momento en el banco. No era que los duendes fueran las criaturas más amigables del mundo, pero el lugar tenía cierto aire que al Ryddleturn le encantaba... Y eso lo recordó apenas cruzar las puertas. Se acercó hasta una de las ventanillas y pidió acceso a su bóveda.

Un par de minutos después estaban descendiendo, su nueva bóveda estaba en alguno de los últimos pisos y aunque aún no guardaba nada en ella quería echarle un vistazo, quería saber exactamente qué había adquirido. El viaje fue un poco más largo de lo esperado pero al final llegaron hasta una extraña puerta de roble gastado.

El ryddleturn se adelantó y se detuvo frente a ella, luego el duende lo siguió e insertó una pequeña llave justo en el medio de la puerta dónde al parecer no había un lugar para hacerlo. El interior tampoco era la gran cosa, sólo un espacio vacío pero mucho más grande lo que se podía esperar de una bóveda normal. Bueno, bastaría por el momento.

Teniendo lo que quería, era hora de retirarse.

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