La bóveda que había sido designada había sido personalizada por el anhelo de mi hogar en Kyoto. Era un lugar mágico que te transportaba de Londres a un jardín japones en un segundo. Al entrar en la bóveda, una lluvia de pétalos de flores de cerezo caía suavemente a mi alrededor, como si la propia naturaleza me estuviera dando la bienvenida. El aroma dulce y delicado de los cerezos en flor llenaba el aire, transportándome a un lugar de serenidad y paz. La bóveda era un lugar amplio y luminoso, con paredes blancas que parecían brillar en la suave luz que la iluminaba. Las paredes estaban adornadas con pinturas de un bosque de cerezos en flor, con ramas delicadas y flores rosadas que parecían bailar en la brisa. Las columnas de madera que sostenían el techo estaban envueltas en enredaderas con flores y botones de flores que llenaban de color el lugar. Los colores vibrantes de las flores se reflejaban en el brillante mármol de color verde oscuro que cubría el piso, creando un efecto visual impresionante. Los estantes, hechos de madera de árbol de cerezo, se alineaban en filas perfectas, con detalles dorados que brillaban suavemente en la luz. Cada estante estaba lleno de objetos valiosos y rarezas mágicas, que parecían esperar pacientemente a ser descubiertos. Pero lo que realmente hacía que la bóveda fuera mágica era la capa de niebla mágica que se deslizaba suavemente entre los estantes dorados. La niebla parecía tener vida propia, cambiando de forma y color según la luz que la iluminaba. Y hablando de luz, las lámparas que iluminaban la bóveda no eran lámparas comunes. Eran flores de cerezo que brillaban con una luz suave y cálida, iluminando cada rincón de la bóveda. La atmósfera era de tranquilidad y seguridad, como si la bóveda fuera un refugio mágico donde nada malo podía suceder.