Suelen decir que las bóvedas reflejan parte de la personalidad de las personas que las poseen. En su caso, se le antojaba algo práctico, quizá sencillo, porque no se veía a sí misma ingresando ahí en intervalos relativamente cortos de tiempo. Sin embargo, tampoco quería que fuera una habitación plana, con un fondo de roca sin chiste. Dado que los duendes, sus ocasionales compañeros de trabajo, no habían puesto reparos en la decoración, era momento de poner manos a la obra.
Una semana después, vería el fruto de su creatividad. Agudizó el oído, cerrando los ojos para visualizar realmente el interior de esa cámara que le habían asignado. El sonido que emitía la caída de agua, muy a los lejos, reverberaba hasta el más recóndito lugar de los niveles subterráneos en Gringotts.
⎯Será mejor que entre, de verdad muero de ganas por ver el desastroso resultado ⎯ pronunció la adolescente de cabellera rubia, dando un par de pasos para cruzar la entrada a su bóveda trastero, que se encontraba abierta por el evento de su visita.
Nada más entrar, fue recibida por un cúmulo de nubes grisáceas, conjuradas gracias a su conocimiento de meteorología, que oscurecían la vista al interior a todo visitante que no fuera la dueña, sus familiares, o el staff del Banco. ¡Cómo si los visitantes no tuvieran suficiente con las contramedidas de seguridad estándar de los duendes! Las nimbus fueron disipándose tras agitar su varita de álamo temblón, y la roca eventualmente dio paso a un musgo con considerables rastros de humedad. Conforme se iba adentrando a la bóveda, podía experimentar esa sensación de encontrarse en un páramo cuyo tiempo atmosférico sugería lluvias constantes durante el día.
Era fácil perder la noción del tiempo en la bóveda trastero, pues el techo de la misma estaba coronado por una representación bastante fiel del firmamento nocturno, con las diversas constelaciones, como la que le daba su propio nombre a la joven Thawne, apareciendo esporádicamente sobre el cielo ficticio. El emblema de la casa de Ravenclaw, la majestuosa águila, también aparecería de vez en cuando. Dichas estrellas, además, se reflejaban sobre el pequeño claro que se encontraba más adelante, en el que podrían convivir las criaturas mágicas que poseyera. Le parecía un poco extraño que se almacenaran ahí, pero, ¿quién era para cuestionar las políticas de Gringotts?
Al fondo, una cortina de troncos de arce cerraban el paso, además de establecer las limitantes de aquella bella ilusión que había creado para almacenar sus bienes más preciados. Sin embargo, no sólo funcionaban como una cerca, pues algunos de ellos, sólo conocidos por Cassie, tenían una serie de huecos en los que se irían almacenando sus respectivas pertenencias, como los objetos mágicas o las pociones. Por consejo de su padre, decidió implementar una maldición a manera de defensa, para evitar saqueos, que consistía en lanzar bellotas a quien se asomara por los orificios sin haber recitado una fecha en concreto: dieciséis de mayo del dos mil once.