Bóveda trastero de Baela Macnair

 Bóveda Trastero N°121155
Baela Black Macnair.

Las antorchas de llama azulada parpadean a ambos lados del pasillo, extendiendo sombras que reptan por las paredes de piedra húmeda. La bóveda trastero de Baela Macnair no está ubicada en el sector más transitado del banco, ni tampoco en las profundidades más inhóspitas. Es un espacio apartado, sellado por un encantamiento de sangre y silencio. No tiene número a la vista. No cualquiera puede encontrarla.

La puerta es alta y estrecha, de hierro forjado y relieves de ramas entrelazadas que recuerdan a la marca ancestral de los Rosier. No hay cerradura visible. Solo una superficie pulida que refleja a quien se atreve a acercarse, pero jamás su rostro completo. Solo fragmentos.

Cuando la puerta se abre, el aire cambia. No huele a oro, ni a pergaminos viejos, sino a tierra húmeda, a incienso gastado, a perfume antiguo.

A secretos.

La bóveda es más grande de lo que aparenta desde afuera. No está organizada como una sala de tesoros, sino como una colección personal cuidadosamente curada. El centro está dominado por una vitrina flotante de cristal encantado donde reposan objetos seleccionados, uno por uno, con una lógica íntima que nadie más entendería.

A los costados hay estantes de madera oscura, algunos con libros encuadernados en piel, otros con frascos etiquetados a mano, pero sin fecha. Hay un perchero con una capa que no ha usado desde los quince años, y una mesa baja donde descansan un espejo roto, una daga de mango ornamentado y una fotografía en blanco y negro que se borra cuando alguien la observa por más de cinco segundos.

En una esquina, sobre un diván de terciopelo azul medianoche, reposa un conjunto de cartas sin abrir. Todas con su nombre, todas con la caligrafía de su madre. Nunca las ha leído. Nunca las tiró.

No hay ventanas, pero una cúpula encantada proyecta el cielo según el estado emocional de su dueña. A veces llueve. A veces está completamente en negro.

Todo en esta bóveda tiene un lugar, aunque Baela no podría explicarlo con palabras. No es acumulación, es memoria viva. Aquí guarda lo que no dice. Lo que niega. Lo que ama en silencio. Lo que no puede devolver.

Y lo que, algún día, espera poder entender. 

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