No sabe exactamente a qué profundidad se encuentra, pero tiene consciencia de haber bajado a través de los túneles de Gringotts por aproximadamente diez minutos antes de que el carrito se detuviera. El duende que lo operaba le hizo un gesto indicando que era el lugar indicado, pero no se movió un centímetro. Ella entendía, esto lo tenía que hacer sola.
Con los pies ya en el concreto, camina hacia el fondo del pasillo donde el duende la dejó, el lugar iluminado solamente por un par de antorchas en las paredes que despiden una ligera luz. No es fanática de los lugares cerrados y oscuros, pero entiende bien que este, este aquí es un mal necesario.
Levanta la varita y en un movimiento rápido, la pone en su cabello, como solía hacerlo cuando era joven y empezaba a entender cómo funcionaba la magia. Para entrar a su bóveda no necesita usar la varita, la magia que necesita es mucho más simple que eso. Se detiene en frente de una puerta de madera, y desliza la palma de los dedos a través de las grietas en el relieve.
A simple vista, parece una puerta común y corriente; vieja, llena de grietas y manchas. Sólo ella sabe que proviene de un árbol viejo, muy viejo y escondido en el corazón de escocía que probablemente va a vivir más que ella y más que cualquier persona que ella conozca. No hay hechizos que puedan contra este árbol, y por extensión, esta puerta, ya que ambos han pasado cientos de años rodeados de magia en el bosque y se han vuelto inmunes a ella. Tampoco puede romperse o golpearse, su inmunidad se extiende hacia sus propiedades físicas.
El truco para cruzar esa puerta no incluye preguntas o pruebas de habilidad, al centro de ella hay tres símbolos de cuatro caras que pueden combinarse en cientos de maneras. Scavenger se lleva la mano al cuello, colgando de este tiene un dije en forma de triqueta, regalo de una de las brujas más viejas del bosque y que en cada lado tiene símbolos idénticos al de la puerta.
Del mismo modo en que le enseñaron cuando le dieron el dije, mueve los símbolos en su collar hasta que está satisfecha con la combinación, no hay un orden específico, ella puede elegir el que más le guste. Después sólo tiene que replicar ese mismo orden en la puerta para que esta permita la entrada. Una vez adentro, la combinación tendrá que ser cambiada para poder salir del lugar.
El interior de la bóveda es rústico, como le gusta. Estantes de madera y cajoneras llenas de cosas sin mucho valor que para ella son invaluables. Viejas fotografías, pulseras hechas a mano, pequeñas pinturas en trozos de madera; todas recordándole a gente que ya no está con ella. Resguardadas de la manera más cuidadosa que tiene. Al fondo de la bóveda se encuentra el lugar más protegido, un estante grande lleno de compartimentos, muchos de los cuales ella misma desconocía donde depositaría las cosas materiales que fuera juntando.
De ese modo, la estancia era una mezcla de recuerdos viejos y espacios en blanco que aún le quedaba por llenar. Como su memoria, fragmentos de su pasado lado a lado de todas las memorias que aún tenía que construir.