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“Gringotts es el lugar más seguro del mundo, para cualquier cosa que quieras guardar—excepto, tal vez, Hogwarts.” ~ Rubeus Hagrid.
Esa mañana de marzo me dirigía hacia mi nueva bóveda trastero. Por fin la había adquirido y aunque podía incluirle muchas protecciones en su interior, decidí que era mejor no sobrecargarlo de magia. El banco estaba preparado para eso y más. Desde la última vez que fue “asaltado” habían redoblado la seguridad y más aún de esas bóvedas especiales.
Las nubes taparon los rayos del sol que incidían en mi cara en cuánto la aparición hubo finalizado, el cambio de estación poco a poco se hacía notar en el ambiente, pero aún no calentaba lo suficiente para sufrir quemaduras graves, aún así, me adentré rápidamente hacia el interior del Banco Mágico. Ajusté mi capa con el broche plateado que tenía el escudo Rambaldi y saqué la capucha para dejarme ver.
Dirigí mi vista a uno de los duendes que estaba contando un montón de galeones en una balanza de cobre, como las que usaba en mis clases de pociones. A pesar del ruido de mis tacones el “ser” no levantó la vista en cuánto me hube acercado a su mesa. Carraspeé haciéndome notar mi presencia. Al final el trabajador dejó su pluma y pergamino a un lado, pero mirándome de mala manera.
Fueron unos segundos tensos pero después de suspirar y negar con la cabeza extraje del bolsillo del pantalón una pequeña llave dorada. La particularidad era que, la llave era redonda por arriba, iba en línea recta, hasta acabar en forma de un tridente. En cuánto la vio, asintió con la cabeza y se levantó, para ir hasta el fondo y lo seguí.
Después de traspasar las puertas y de tomar el carro que lleva a todas las bóvedas y tras varios minutos de giros y bajadas por fin llegamos a la mía. Según el nombre de la placa del duende colgada en su camisa, se llamaba Golord, él abrió la palma de su mano y yo le puse la llave en ella. Cuando la introdujo en la cerradura dorada se escuchó varios sonidos metálicos y la puerta se abrió con facilidad. Se quedó afuera mientras yo me adentré en su interior.
La primera defensa era bastante sencilla. Había mandado colocar un ídolo de oro precolombino en el interior del hall. Lo tomé con las dos manos y el soporte en dónde estaba descansando, se bajó y se escuchó el ruido de dos puertas saliendo del techo lleno de estalactitas. Si alguien se atrevía a entrar a mi bóveda, quedaría preso antes de que llegara la policía mágica.
Para desactivarla sólo tenía que volver a colocarlo en su sitio y los accesos se abrirían de nuevo. Si el intruso conseguía violar la primera parte, le quedaría una segunda antes de entrar a la cámara real. Tras pasar por un pasillo de piedra, se accedía a otra sala que tenía la particularidad de que era una copia de los objetos guardados en su interior. Si se tocaban, se harían multitud de copias de las cosas ahí guardadas debido a la maldición gemino y quedaría sepultado por ellas y expulsado por una tromba de agua que saldría de la parte superior.
Me deslicé con cuidado de no tocar nada y llegué al lugar en dónde estaban mis posesiones más valiosas y que había enviado a guardar allí en cuánto firmé el contrato con el banco. En ésta ocasión, era una puerta de cobre, tenía la particularidad de que sólo yo, podía abrirla. Puse mi mano en ella y tras unos segundos, ésta desapareció por completo, para revelar el contenido de su interior.
El suelo y las paredes laterales estaban cubiertos por mármol negro brillante. Varias estanterías de ébano y caoba salvaguardaban pergaminos valiosos, y muchos de ellos procedentes de la vieja biblioteca de Alejandría. Como así, objetos de gran valor tanto sentimental como en galeones. Fijé mí vista en varias bolsas llenas de oro que estaban cerradas, producto de mis transacciones del mercado negro.
Unas escaleras conducían a otra sala, también revestidas del mismo material que la primera estancia. Fui a través de ellas y una mesa con varios cajones además de un sillón de cuero esperaban ansiosos a que yo tomase asiento. A mano derecha del escritorio estaban otros tantos armarios vacíos para colocar lo que fuese comprado en el Magic Mall.