Estábamos a muy baja profundidad, el frió así nos lo indicaba. Las estancias que podíamos distinguir a lo largo de los pasillos eran grutas que encerraban un sinfín de peligros; fieros dragones, grindylows amenazantes, hipogrifos e incluso enormes esfinges. Los carros comandados por los ariscos duendes tardaban más de media hora en llegar hasta el punto exacto que yo buscaba. No le iba a poner fácil a nadie el que intentase entrar a hurtadillas en mi propiedad.

Gringotts es el lugar más seguro del mundo, para cualquier cosa que quieras guardar, excepto, tal vez, Hogwarts. Aquella emblemática descripción del lugar se hallaba grabada a fuego en una de las puertas de la gran cámara acorazada que tenía frente a mí. El recuerdo de Dumbledore y su gente seguía presente en mi memoria. En su gemela, al lado de esta, había un número que identificaba a la misma; 22133. Por fuera ganaba la sencillez, por dentro, aún quedaba por ver.

La bóveda trastero que había elegido para mis fines era enorme, poseía el denominado encantamiento de extensión y contaba con un determinado número de defensas, las cuales eran, sin duda alguna, partes de mi personalidad. La primera se hallaba al principio de todo. Para ingresar a la fascinante habitación había que usar un potencial hechizo, uno que definía mis lealtades de forma plena. El honor marcado en los ojos de mi animal sagrado seria suficiente.

Tras conjurar el patronus y que este incidiese contra el muro de plata, ya podíamos tener acceso al siguiente nivel. Los cuatros elementos que forjaban el mundo y me distinguían como sacerdotisa, también habían querido estar presentes en uno de los lugares más importantes para mi persona y futuro. Gaia entonaba su cántico místico y ponía el fuego, el aire, el agua y la tierra a mi completa disposición. Era aun una novicia dentro del clan de Avalón, no obstante, controlaba mis dones como nadie.

A cada paso que daba para llegar al final de la estancia, podía comprobar con mis propios ojos el poder y lo arraigado de la madre naturaleza. También lo sentía en mi esencia y piel. A saber; Un huracán de categoría cinco, un terremoto de escala diez, una tormenta de fuego, como si de una erupción de lava se tratase y por supuesto un tsunami de enorme magnitud. Temible, devastador, pero precioso. La vida y lo que esto supone, debe ser respetada., pensé al tiempo que mis retinas captaban el espacio que serviría de almacenamiento para mis futuros objetos.

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