—Le repito, una vez elegido el lugar, no podrá cambiarla —insistió el duende.
— ¿Cuantas veces tengo que repetirle que este es el lugar? — Las palabras de León denotaban ya un poco de enojo
Justo en la base de la gran caverna subterránea de Gringots, la fortaleza casi impenetrable que alberga el capital del mundo mágico tras una simple fachada en el callejón Diagón, se encontraba el Patriarca de la Familia Crowley con el entonces director de la entidad; una desgarbada y menuda criatura de ojos saltones y manos huesudas que insistía y recomendaba al mago no tomar esa bóveda. Si bien era uno de los lugares de más difícil acceso, no era eso lo que preocupaba al duende que maldecía el haber recibido al holandés esa mañana. Lo que aterraba a la criatura era la cercanía que tenía esa bóveda en particular con el lugar donde reposaba el LongHorn Rumano que custodiaba la caverna. Ya buena fama tenía de haber incinerado a más de un enano y era por esa misma razón que estaba vacía pese al gran espacio adicional que tenía en relación a las demás.
—Bueno señor Crowley, si usted insiste —resopló y puso la mano en el cerrojo— ahora por favor, présteme su varita
—Nah —respondió el pelinegro—, indíqueme que hacer.
La puerta se abrió al instante luego de seguir las instrucciones de la criatura que tan pronto como pudo, ingresó a la bóveda cerrando la puerta tras de si dejando todo en la más completa penumbra. La rápida floritura del mago iluminó el lugar con una luz blanca que reveló el verdadero tamaño del lugar: un lugar tan grande como un auditorio, hecho en piedra caliza negra, de la misma que estaba hecha la guarida del dragón custodio que fue la razón principal para escoger la más cercana posible a la feroz criatura. Pese a tanta seguridad, León no se sentía a gusto del todo.
—No te muevas —indicó al elfo y levantó la varita. Su condición demoníaca se hizo evidente y sus ojos se tornaron por completos negros — ¡Hic est leo regis! —espetó y de la punta de la varita surgió una neblina negra que lo envolvió todo, desde las paredes hasta la cúpula de piedra y la puerta. Todo aquel que ingresara en la bóveda sin ser permitido, no vería más que oro leprechaum. Un recuerdo de su viaje a tierras celtas antiguas.
—¿Qué ha hecho? —indagó el duende
—Conjuré un hechizo que hace que la gente pregunte pend.ejadas. ¿Lo siente ya?
—El paso de sus cosas tardará un poco dada la ubicación de la bóveda —continuó la criatura con una mueca de desagrado luego de tomarse un tiempo pensando la respuesta a su pregunta —¿Esperará usted?
—El tiempo que sea necesario necesario.