Ellie camina lentamente a través de las profundidades de la caverna, con una túnica abrigada para protegerse del frío subterráneo. Aquel pesado silencio es roto por el sonido sordo que hacen sus zapatos de charol mientras camina. Ilumina el camino con una esfera de llamas azules, que flota unos centímetros por encima de su palma extendida; en la otra mano, sostiene con firmeza su varita mágica de sicomoro. Camina con confianza por la cueva, a pesar de que el recorrido no tiene marcas visibles, sabiendo que pronto llegará a su bóveda trastero. Es imposible marcar su ubicación en un mapa o incluso anotar la dirección exacta, pues encantó el lugar para que fuese inmarcable.

Casi al final de la cueva, está el pasadizo a la bóveda. La puerta circular de piedra, está encantada para ser irrompible y resistente a hechizos. Sólo Ellie, al posar su mano sobre la piedra, es capaz de abrirla.

La bóveda acorazada está iluminada por antorchas suspendidas, que se encienden cuando Ellie entra. Allí, no hay mucho oro, pues lo cierto es que no es una bruja muy acaudalada. En cambio, hay una gran cantidad de objetos mágicos y libros de hechizos guardados en cofres de madera o colocados en las repisas cavadas en las paredes de piedra. Su posesión más valiosa está justamente el centro, sobre un taburete de madera y protegido con un domo cristal: el huevo de un Opaleye de las Antípodas.

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