— ¿Ya es el momento indicado? —interrogó la bruja al duende que mantenía una postura seria tras el taburete. Había tenido que mantenerse alzando sus talones así superaba la altura del amueblado y su mirada se dirigía amplia y exclusivamente hacía el empleado. Eran criaturas que vivían para realizar su trabajo de forma eficaz y excelente. No imaginaba a Gringotts sin esos fantásticos trabajadores. La respuesta, sin dudas, fue positiva y se sentía feliz porque luego de largos meses de espera al fin podía adquirir una de las bóvedas de mayor seguridad en el mundo mágico.

— Sígame —respondió secamente el duende y la llevó hacía donde estaría la suya. Ella comenzaba a preguntarse qué aspecto tendría. Debía ser uno muy bonito si tenía las intenciones de que los objetos materiales de un poder mágico inigualable se resguardaran allí. En algún futuro lo lograría, en esos momentos sólo se encargaría de que la seguridad fuera efectiva y ningún ser con espíritu maligno pudiese ingresar con facilidad.

Se mantuvo concentrada aprendiéndose el recorrido que debía realizar antes de encontrar su bóveda. Era complicado siendo que en el mundo mágico había muchas personas que utilizaban ese establecimiento para cuidar sus preciadas pertenencias. «Tres veces a la derecha, dos a la izquierda y abajo…» intentaba memorizar, pero el resultado no fue el esperado. Aún le faltaba aprendérselo mejor, lo necesitaba, así evitaba futuras complicaciones.

— Es aquí —dijo el empleado deteniéndose en un la pared de piedra que estaba en frente de ella, lo que indicaba que era momento de actuar. La joven se dedicó a acercarse de forma autómata y decidida. Sabía lo que debía hacer, lo había estado planeando durante todo el trayecto hacía aquel lugar. Balbuceó un tanto insegura para luego sacar su varita y mantenerla firme en dirección a esa pared lisa.

Tocó los tres ladrillos de piedra que estaban en el medio, para luego murmurar: «Lo sería si lo fuera. Pero, si no es, no es. Pero, si lo fuera, podría serlo. Pero si no lo es no lo es y ya». Era una frase confusa y complicada de pronunciar; sin embargo, había logrado aprendérsela a la perfección y nadie podría ser capaz de descubrirlo. A menos que supiera su amor por los libros muggles; aunque, seguía siendo imposible, en ellos se contenían tantas frases hermosas que aquella pasaría desapercibida.

Luego de pronunciar la clave de seguridad la pared se abría en par dejando a la vista de su propietaria cada uno de los objetos que guardaba allí, luego, ésta se cerraría. Era un espacio amplio, aunque no lo parecía. Y era tal cual se lo había imaginado en sus sueños. En los extremos se hallaban muebles de mármol, de diversos tamaños y estructuras. Las estanterías más pequeñas eran las ideales para ubicar sus pociones y objetos, mientras que los más grandes para los libros de magia. En el medio se posicionaba una mesa de piedra y, debajo de ésta, almohadones ligeros por si quería sumergirse en una reconfortante lectura sin que nadie lo supiera.

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