Soy una sacerdotisa sencilla, humilde. No necesito bienes materiales que me recuerden quien soy. Eso lo llevo dentro, en mi corazón. Por eso me sentía desubicada entre aquellas paredes que me mostraba el Duende de Gringotts. Era Orden Ministerial, para guardar la riquezas a partir de cierto grado de poder en el pueblo.

Tal vez debiera sentirme satisfecha porque el Ministerio tuviera esa imagen de mí, alguien con riquezas y con poder. Pero no me sentía así. Aquellas paredes, en los sótanos del Banco Mágico, eran demasiado fuertes y seguras para almacenar los tesoros más inimaginables.

Pero yo no tenía eso. No me había preocupado nunca de los galeones y ahora no sabia con qué llenar aquella Bóveda Trastero, fría e inhóspita. Allá no se podía contener ningún tesoro, o al menos con el término que yo le daba a esa palabra. No tenía nada que poner allá dentro. Una sacerdotisa no necesita una bóveda de este tipo.

El Duende esperaba mi aprobación y yo sabía que era obligatorio. ¿Para qué dudar?

- Está bien, Sr. Duende. Esta será la Bóveda Trastero, puede rellenar los papeles para adquirirla. ¿Dónde tengo que firmar?

Iba a salir, con ese peso en el pecho de estar tomando adquisición de algo innecesario cuando pensé que no me gustaba. Lo que yo más preciaba era....

- Un momento, dejaré mi posesión más preciada.

La puse en el centro, encima de una mesa sencilla de madera. Después salí con una sonrisa. Ahora sí era una bóveda de una sacerdotisa.

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