La caverna era oscura, y en las paredes podía notarse el trabajo tosco sobre la roca, trabajada con esmero quién supiera por cuanto tiempo. El suelo, tenía un empedrado negro así como el techo. El trabajo era antiguo y rudimentario, pero seguro y a prueba de peligros. Catherine había conocido de su existencia desde pequeña. La bóveda de los Nott, que ahora pasaba a sus manos. Su corazón empezó a latir con fuerza cuando notó el interior, el aire caldeado y con olor a guardado, las pilas de objetos y oro acuñado; la magnificencia y a la vez la satírica verdad de que siempre le habían dicho que eso nunca sería suyo.

La puerta también era negra, de simple hierro forjado con enchapes y unido hasta conseguir la monstruosa altura que poseía la cámara. Cuando las enormes puertas se cerraban, la oscuridad era completa. Por alguna razón, el suelo se sentía ligeramente húmedo. Aun así, era una simple sensación puesto que el lugar era perfectamente capaz de conservar cualquier tipo de objeto e incluso... alguna criatura, aunque la idea simplemente abominaba a Catherine.

En la pared del fondo, curvada como la cueva que era y no de forma recta como las bóvedas más modernas, se encontraba grabado un enorme símbolo. Era una serpiente con las alas extendidas, que simbolizaba a dicho ser levantando el vuelo. Podía notarse claramente el detalle de las escamas que brillaban como el carbón, negras y puras. El ser tenía además, un par de diminutos cuernos, que sobresalían de su cabeza con timidez y los ojos de rubíes, acosándola desde la oscuridad. La cola estaba ligeramente enroscada y Catherine no conocía su nombre, pero se prometió averiguarlo. Al salir de la bóveda, sus pasos resonaron con eco, denotándole la enormidad de la estancia y el peso de los años que llevaba encima.

Sí, ahora era suya. Qué ironía, su cámara acorazada.

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