No era más que una entreplanta, un pequeño pasillo que se encontraba en uno de los niveles inferiores, más abajo incluso que el nivel de alta seguridad. El propósito de tal sitio se había perdido junto con su ubicación en los registros oficiales, lo que lo hacía perfecto. Su lúgubre apariencia distaba mucho de las grandes bóvedas de los niveles superiores, de las puertas bellamente ornamentadas y de los dragones. Ahí no había más que un par de puertas de madera ajada con remaches de hierro, demasiado comunes y sencillas como para guardar los tesoros y secretos de grandes magos.
Encontrar aquel lugar no había sido fácil. Su naturaleza desconfiada la había llevado a una búsqueda incansable de meses entre registros, mapas e historias centenarias ayudada por un fiel duende al que había logrado convencer. Decían que Gringotts era el lugar más seguro, pero no había nada más seguro que aquello que el tiempo ocultaba en el olvido.
Beltis se acercó a la segunda puerta acompañada del duende. Si bien los antiguos encantamientos de los duendes evitarían con eficacia el ingreso a cualquiera que no fuera Beltis, entre los dos habían ingeniado una serie de barreras mágicas adicionales para darle mayor seguridad. La puerta tenía marcas de sangre y varios hechizos que debían desactivar en conjunto y siguiendo un orden determinado para poder acceder. El duende posó su mano izquierda sobre la rugosa madera mientras la bruja se pinchaba un dedo. En cuanto la madera hubo absorbido la gota de sangre, varias runas aparecieron talladas sobre la superficie.
Continuó con el proceso. De no hacerlo de forma correcta, al girar la llave solo se encontraría con una ilusión, mostraría una imagen de lo que ansiaba encontrar y no lo que realmente guardaba en la cámara. Y cualquier objeto que sacara de esa bóveda falsa, se desvanecería una vez fuera de Gringotts.
En el interior atesoraba mucho más que riquezas contables. No era una mujer rica ni pretendía serlo, no guardaba especial efecto por el dinero. Tenía poco en comparación con su familia adoptiva y mucho menos de lo que sus padres y abuelos alguna vez tuvieron en sus arcas. Había aprendido a sobrevivir sin mucho ya que desde la infancia había crecido en el seno de una casa y apellidos en decadencia cuya herencia había constado de deudas. En cambio, su bóveda estaba repleta de objetos mágicos, de obras de arte, de estatuas, de libros. Estanterías llenas de tratados de magia, alquimia, encantamientos cubrían las paredes. Sus tesoros eran mágicos, algunos muy peligrosos, otros más sentimentales.
Al fondo, su retrato colgaba en medio de la pared y miraba con una sonrisita a los visitantes.