La Bóveda de Garrindak
Oculta bajo las ruinas de un antiguo castillo, la bóveda de Garrindak es un lugar tan imponente como su propio dueño. Accesible solo a través de un pasadizo secreto que serpentea entre la roca viva, este espacio subterráneo se encuentra sellado tras una puerta de hierro ennegrecido, grabada con runas protectoras y sellos alquímicos diseñados para repeler intrusos tanto mortales como sobrenaturales.
Al cruzar el umbral, un aire pesado y cargado de historia envuelve a los visitantes. La bóveda es un trastero más parecido a un museo privado, lleno de tesoros olvidados y objetos cuya existencia desafía la lógica moderna. Las paredes de piedra están cubiertas de estanterías desvencijadas y vitrinas de cristal opaco, donde se apilan pergaminos amarillentos, instrumentos alquímicos corroídos por el tiempo, y frascos de cristal que contienen sustancias de colores imposibles.
En el centro del recinto se encuentra una mesa de trabajo hecha de ébano, profundamente rayada por siglos de experimentos fallidos. Encima de ella reposan libros encuadernados en piel, anotaciones en idiomas muertos, y un extraño globo metálico que gira con un leve zumbido, marcando el paso de un tiempo que solo Garrindak entiende.
La bóveda no es un lugar solo para guardar cosas, sino también para recordar. Cada objeto tiene un lugar específico y una historia, y en las noches más solitarias, Garrindak recorre el espacio, repasando esos recuerdos como si fueran los últimos vestigios de su humanidad perdida. Sin embargo, la bóveda también refleja su obsesión y su aislamiento; todo allí está impregnado de polvo y decadencia, una metáfora de su vida que, aunque prolongada, sigue estando rota.
Solo aquellos con suficiente ingenio, conocimiento, o desesperación se atreverían a cruzar la puerta de la bóveda de Garrindak, y aún menos vivirían para contarlo.