Las bóvedas de alta seguridad gritaban por ser abiertas, se escuchaban sus aullidos en los pisos más profundos del banco y hasta se podía sentir la necesidad de que algún curioso o algún idi*** fuera a descubrir sus secretos. Eso o simplemente era el sonido de los trenes del Banco mágico de Gringotts faltos de aceite. En un pasillo largo, donde se encontraban algunas puertas u otros artilugios parar entrar a alguna de las bóvedas, se encontraba la del Macnair.
Era sencilla a simple vista. Se trataba de una puerta circular de casi dos metros de circunferencia, totalmente blanca y de piedra lisa, donde no se podía observar ningún comienzo de como abrirse mediante la fuerza. Justo en la mitad y a diferentes alturas, se encontraban dos orificios en donde entraría el dedo indice de un mago y un duende a la perfección. Se necesitaban del uno al otro para poder entrar y no podía ser cualquier mago, la medida de la “llave” era a justo y solo el dueño, junto a un elfo asignado, podían entrar a la bóveda.
El interior era oscuro y la iluminación creada por piedras mágicas, tiñendo el gran espacio de un naranja que se extendía sobre la piedra negra pulida. La luz se reflejaba de las paredes y suelo, expandiéndose por todo el lugar y haciendo así que la vista no sufriera al estar ahí. No se observaba nada a varios kilómetros de ahí, la bóveda era más grande que lo que parecia y sus secretos se encontraban entre las sombras.
Caminaron varios metros sin un rumbo fijo, o eso es lo que pensara cualquiera que nunca hubiera estado ahí. En cierto punto ambos se detuvieron al escuchar un par de gruñidos y golpe en seco que retumbó por la bóveda. Ambos, como ya lo habían hecho antes, sacaron un pequeño cuchillo del interior de su ropa e hicieron un corte en la palma de la mano, dejando caer un par de gotas en el suelo del lugar. No cualquier sangre podía desactivar los mecanismos de defensa, el aroma de la sangre del mago era peculiar por su raza y el poder mágico que lo definía como mago.
Al detenerse las defensas y promulgar un hechizo en su idioma natal, empezaron a surgir estantes a su alrededor y espacios en grande donde se encontraban distribuidas sus posesiones de valor. Habían espacios usados y otros por utilizar, algunos con objetos antiguos y unos recién adquiridos. Solo hacia faltar un par de palmadas para que todo desapareciera y volviera a su normalidad.